El máximo exponente del realismo pictórico argentino
En la Historia de la Pintura Argentina, la figura de Eduardo
Sívori adquiere significativa trascendencia, no sólo por la jerarquía estética
de su obra pictórica, sino también por haber sido uno de los organizadores de
las actividades artísticas en el Buenos Aires del último cuarto del siglo XIX.
Eduardo Sívori
(Buenos Aires, 1847 - 1918)
Hijo de genoveses, ricos comerciantes y armadores de barcos,
entra en contacto con la pintura en los museos de Europa, adonde lo habían
llevado los negocios familiares. A su regreso, y contando ya veintisiete años,
comienza su formación artística con Francesco Romero, Giuseppe Aguyari y Ernest
Charton.
Junto a su hermano Alejandro, Eduardo Sívori es el gran
impulsor de la creación de la Sociedad Estímulo de Bellas Artes en 1876. En
1883 realiza varias colaboraciones artísticas en La Ilustración Argentina,
publicación fundada por Pedro Bourel. Financiado por su familia, ese mismo año
vuelve a Europa. Entusiasta del arte moderno francés, el destino que elige es
París, donde frecuenta la Academia Colarossi y estudia con Raphaël Collin,
Puvis de Chavannes y Jean-Paul Laurens, este último un maestro de gran
prestigio entre los artistas hispanoamericanos residentes en la capital
francesa. Tal como anuncia la prensa local, que más de una vez se ocupa de la
trayectoria parisina de Sívori y de otros artistas nacionales, uno de sus
dibujos es premiado en un concurso organizado por el periódico Le Fusain.
Desde París el artista envía colaboraciones a El Diario, al
igual que lo hará un año más tarde su amigo Eduardo Schiaffino. En 1887 es
admitido por primera vez en el Salón de París con “El despertar de la criada”,
un desnudo naturalista que despierta comentarios dispares en la prensa
francesa, aun cuando el solo hecho de resultar visible para ella –en la
innumerable cantidad de obras enviadas al Salón– puede ser considerado un
triunfo. La obra, que representa a una criada comenzando a vestirse en la
exigua luz de la madrugada, es enviada a Buenos Aires para ser exhibida en el
local de la Sociedad Estímulo, y aunque la prensa porteña la promociona como un
“escándalo” ya desde dos meses antes de su arribo, genera numerosas adhesiones
en el ámbito local. Éstas son recogidas en un álbum con más de doscientas
firmas inaugurado por la Sociedad Estímulo de Bellas Artes para dejar
testimonio del evento.
Sívori se hace nuevamente presente en el Salón de París en
1888 con La Mort d’un paysan y Sans famille; en 1889 con Dolce far niente y
Femmes médécins; y en 1890 con Près du feu y Alouette de barrière (que es
reproducida mediante un grabado en el catálogo y más tarde fragmentada por el
propio autor). Participa de la Exposición Universal de 1889 y dos años más
tarde vuelve a Buenos Aires, donde interviene en la muestra a beneficio
organizada por la Sociedad de Nuestra Señora del Carmen en 1891. Por otra
parte, forma parte del grupo de artistas e intelectuales que en 1892 fundan el
Ateneo, de cuyo primer salón, organizado al siguiente año, oficia como jurado y
expositor presentando seis obras. En 1894 Sívori expone en el segundo salón del
Ateneo Coquetterie, Entre dos luces y Las guachitas, esta última una de las
pocas obras vendidas de toda la exposición.
Eduardo Sívori ejerce la docencia durante muchos años. En
1905, siendo presidente de la Sociedad Estímulo, organiza la transferencia al
Estado Nacional de la Escuela de Bellas Artes fundada en 1876 por aquella
institución. La Escuela pasa a llamarse Academia Nacional de Bellas Artes, y
Sívori es su primer vicedirector acompañando en la gestión a Ernesto de la
Cárcova, que ocupa el cargo de director. Ambos renuncian en 1908, aunque Sívori
se mantiene al frente de algunos cursos. Más tarde actúa como representante de
la Comisión Nacional de Bellas Artes, dependiente del ente dedicado a organizar
los festejos de los cien años de la Revolución de Mayo. Dicha comisión prepara
la Exposición Internacional de Arte del Centenario, abierta al público en 1910.
Es un artista prolífico. Continúa pintando y enviando obras
a los Salones Nacionales desde su fundación en 1911 hasta el mismo año de su
muerte, ocurrida en 1918.
Técnica suelta, oficio vigoroso, Sívori sigue las pautas de la
pintura francamente prosaica practicada por los naturalistas. Estos desdeñaban
la imaginación y la intelectualidad de la cultura tradicional y, al tiempo que
rechazaban sus modelos, rendían culto a la realidad tangible de la vida
cotidiana, buscando nuevos personajes en los más bajos estratos sociales.
Aplica generosos
empastes de violentos efectos y colores tenebrosos, que crean armonías sordas
dominadas por claroscuro semejante al de los lienzos de Caravaggio.
Después de esta primera etapa, al volver a Buenos Aires, y
aunque había frecuentado también en París los talleres de los Impresionistas,
no repite aquellas experiencias, sino que cambia su óptica, atraído por otros
temas: pinta los retratos de sus familiares y amigos e, incluso, su propia
imagen; dibuja y pinta escenas costumbristas y se dedica, con fina paleta y
sensibilidad exquisita, a plasmar en sus telas el paisaje pampeano, logrando,
al hacerlo, sus mayores éxitos.
"El despertar de la criada" 1887
Esta obra, fue realizada por Sívori especialmente para ser
presentada en el Salón Anual de París de ese año. El protagonismo dedicado a la
sirvienta –desnuda– provocó a la prensa parisina que criticó tanto el tema
elegido como la manera en que el artista argentino presentaba a la
protagonista. Con un cuerpo robusto, despeinada, las evidentes deformidades de
su pie en primer plano, dando vuelta una media, la mujer es mostrada por el
artista en el momento del despertar y a punto de colocarse su uniforme de
trabajo que, ubicado en primer plano, refuerza el título de la obra. El
interior del cuarto contiene unos pocos muebles: una mesita de luz de madera,
la cama de hierro en la cual se sienta la mujer.
En París nadie criticó la manera en que Sívori había
resuelto el desnudo (el cuerpo se consideraba bien dibujado e iluminado por una
luz que llega desde la parte superior izquierda), pero este no era agradable de
ver. El género del desnudo era indicador del buen oficio del pintor que lo
llevaba a cabo: en las clases de dibujo se trabajaba con modelo vivo,
analizando el cuerpo del modelo en distintas posturas, estudiando sus detalles
anatómicos. Resolver de manera correcta el dibujo del cuerpo humano era fundamental
en la producción de un artista.
Esta obra fue enviada por Sívori desde Francia como un
informe de su trabajo, pero en Buenos Aires se la expuso en la Sociedad
Estímulo de Bellas Artes, aunque en forma privada: solo con invitación especial
se podía ingresar a la sala para poder observarla, dado que surgieron críticas
porque lo realista del desnudo “ofendía” la moral de la sociedad local de fines
de ese siglo.
Pero, ¿qué diferenciaba esta obra de otras exhibidas en los
museos? Los desnudos referidos a hazañas históricas o mitológicas, eran
aprobados sin discusión, porque legitimaban acciones pasadas. El trabajo de
Sívori que pareció instalar el escándalo en la sociedad porteña, tiene como
protagonista a una mujer trabajadora a quien el autor le confiere el rol de
criada con lo que podemos imaginarnos que el lugar donde está representada es
una pequeña estancia donde poder conciliar el sueño luego de los trabajos del
día. Por lo cual debe ser uno de los pocos momentos del día en que se encuentre
en absoluta intimidad.
Podría decirse que el autor realza esta situación colocando
a la mujer como eje central de la composición, como para que nada distraiga
esta apreciación. El torso desnudo con sus pechos sin cubrir está iluminado por
una luz que aparentemente entra por la ventana en las primeras horas del día.
La ropa a sus pies indica su clase, la luz en su cofia tiene tanta sutileza y
preciosismo que da la sensación que podemos tocar los lazos que caen al lado de
la cama.
Los pies, los pies que tanto dieron que hablar, por ser
toscos, grandes, descuidados, embellece la obra por la dignidad de la
representación; el resto de la habitación que pareciera en penumbras envuelve
la composición en colores tierras y sepias. Al costado de la mujer, una vela,
que, según los investigadores en un primer momento estuvo pensada como un
jarrón y fue desestimada para no distraer el protagonismo de la joven mujer.